La película protagonizada por Macaulay Culkin y Joe Pesci es un fenómeno que se transmite de generación en generación dede su estreno en 1990.
«Mi pobre angelito» se estrenó en los Estados Unidos el 16 de noviembre de 1990.
Por más que se husmee a través de centenares de webs especializadas, nadie tiene la respuesta sobre cuál es la exacta definición de cuándo un film se considera como un clásico. “La respuesta a esa pregunta no la sé. Siempre depende del contexto. Pero lo que sí sé es que podemos debatir sobre el tema de manera apasionada”, comentó, hace un tiempo, en una entrevista con la CNN, el crítico presentador de TCM Ben Mankiewicz. Sin embargo, hay sensaciones y fenómenos que son universales y casi ni se debaten. Algo de esto ocurre con Mi pobre angelito, la película protagonizada por Macaulay Culkin que este lunes cumple 30 años de su estreno y sigue causando gracia igual que el primer día. Como un verdadero clásico.
El primer punto por el que se la pudo medir fue porque rompió la taquilla. En el momento del lanzamiento el 16 de noviembre de 1990, en los Estados Unidos, Mi pobre angelito tuvo una extraordinaria ganancia. De acuerdo al sitio Box Office Mojo, con un presupuesto de casi 18 millones de dólares llegó a una recaudación cercana a 500 millones de dólares en todo el mundo.
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Pero ciertos rasgos estéticos, su estilo, los mensajes que contiene, las actuaciones que expone, la química entre los protagonistas, la efectividad de los gags y su resolución lo convierten en un film que sigue resistiendo el paso de los años.
Golpes de risa
El humor que rige desde el inicio hasta el desenlace de la película es uno de los más clásicos de la cinematografía: el slapstick. Si se lo quisiera traducir de forma literal sería golpe-porrazo. No es otra cosa que lo que a lo largo de la historia expusieron Charles Chaplin, Buster Keaton, Los tres chiflados, Jerry Lewis, Jim Carrey, Tom y Jerry y hasta el Correcaminos: se trata de esas comedias físicas en las que los protagonistas se pegan pero no hay consecuencias reales.
Mi pobre angelito usa este subgénero en todo su esplendor, pero le da otro toque especial. Lo mezcla con todo el sentimentalismo de la Navidad. Por ahí pasa su universalidad, la resistencia al paso del tiempo y su conversión, con las décadas, en uno de los mayores hits de las fiestas.
Dirigida por Chris Columbus, que ejecutó con precisión cada plano, el verdadero creativo detrás de Mi pobre angelito fue su guionista John Hughes. Símbolo de las “comedias livianas” de comienzo de los ’80 como El club de los cinco, el escritor plantó una trama en la que con un corrosivo slapstick intercaló temas difíciles de tratar como el bullying, la incomprensión del mundo infantil por parte de los adultos y la delincuencia.
Un protagonista carismático
Otro de los ejes en los que se nutren los realizadores es en el carisma de su protagonista, Macaulay Culkin, que tenía solo 10 años en el momento del rodaje. Su ductilidad, fotogenia y gestualidad logran generar una empatía con el espectador que traspasa la pantalla. Además, su química con los villanos logra un combo perfecto: cualquiera que la vea por primera vez va a querer que Kevin McCallister venza a los ladrones.
El cambio del personaje, durante el film, es notable. Los planos con los que se capta a Kevin cambian desde el principio hasta el final. Al comienzo, lo muestran siempre desde arriba. Así, el nene se ve disminuido, achicado y débil. A medida que avanza la historia, su carácter va tomando cada vez más confianza y valentía. En este punto, la cámara lo empieza a enfocarlo de otra manera y baja, de a poco, a su altura, hasta empoderarlo. Ese Kevin es el que manda.
Un plano del principio a Kevin, tomado desde arriba, y del final, captado desde abajo.
Pero en la realidad, el que daba órdenes era el padre de Macaulay. Kit Culkin, un actor frustrado que tuvo ocho hijos, era también su mánager y el que negociaba absolutamente todo con los productores y el estudio. Inclusive incorporar al elenco a otro de sus nenes, Kieran, reconocido ahora por su trabajo en la serie Succession. En palabras de uno de los realizadores, todos se enteraron bien de lo que pasaba dentro de esa familia a medida que avanzaron los días de rodaje.
“Fui muy ingenuo de pensar que el ambiente familiar que lo rodeaba estaba bien. No sabíamos casi nada de esa familia en un comienzo. Mientras rodábamos las escenas empezamos a darnos cuenta. Las historias de las que nos enterábamos eran espeluznantes. Tomé a un chico que tenía un verdadero problema”, confesó Chris Columbus, en una entrevista con The Guardian en 2013.
Los villanos y la Navidad
Si una historia tiene un personaje bueno, debe tener uno que sea malo. Acá no hay uno, sino dos. Joe Pesci y Daniel Stern componen a Harry y Marv, la dupla de ladrones que se dedican a robar casas de un suburbio cuando sus ocupantes se fueron a pasar la fiestas a otro lado. Grotescos, tontos y absurdos, sus personajes parecen salidos de un dibujito. En ese aspecto reside, otra vez, su universalidad.
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Tanto Pesci como Stern eran actores con un recorrido en el momento en el que hicieron el casting para Mi pobre angelito. Ninguno de ellos creía que el film iba a ser el éxito que fue. Por eso, en muchas secuencias, jugaban con sus actuaciones y su histrionismo está elevado a un nivel más alto. Nunca pensaron lo que se les iba a venir.
“Me cambió la vida. Me abrió las puertas para que muchas personas que se conectan conmigo me quieran contar la experiencia que tuvieron en su infancia y transmitírsela a sus hijos, de cómo celebran la Navidad y les hace reír”, comentó Stern, hace cinco años, en una entrevista con The Hollywood Reporter. Transformar, recordar y pasársela a otras generaciones, tres motivos suficientes para que siga siendo un clásico que nunca pase de moda.